A pesar
de que es uno de los lugares más fascinantes del mundo, lleno de misterios y
fenómenos sin resolver, Roraima es un enclave poco conocido para muchos
investigadores de lo oculto. Aunque nuestra expedición nos llevaba a esa
montaña sagrada por motivos muy diferentes, aprovechamos nuestra instancia allí
para reunir información sobre sus enigmas. Y una tremenda sorpresa nos
llevamos… En este artículo, procuraré resumir los misterios y “anomalías” que
encierra este punto de poder de Venezuela.
EL
OBJETIVO PRIMORDIAL DE NUESTRO VIAJE
El
24 de febrero de 2001, en una extraordinaria experiencia de contacto físico que
se desarrolló en el desierto peruano de Chilca, se me permitió abordar una nave
extraterrestre y acompañar a su tripulación a una base orbital oculta detrás de
la Luna. En este encuentro programado se me habló de una “Red del Tiempo”,
constituida por 13 discos de poder que se hallaban repartidos en toda la franja
americana. Sabía de la existencia de un disco dorado en Paititi, la ciudad
perdida inca, pero no teníamos información de esa “red” de herramientas
cósmicas que, supuestamente, se habrían construido en la Tierra miles de años
atrás. Se nos explicó que su “función” estaba conectada con los cambios de la
magnetosfera terrestre y el tránsito de nuestro planeta a una dimensión
superior, al Real Tiempo del Universo, como dicen los extraterrestres, un
evento cósmico que parece hallarse relacionado al mensaje de la profecía maya
de 2012.
Desde
que recibimos esta información en febrero de 2001 muchos nos embarcamos en
profundizar su aporte, haciendo nuevas consultas en comunicación, viajando a
los puntos donde estarían los discos e investigando la historia de los lugares.
Fruto de esa labor, que comprometió a mucha gente de varios países, todos
testigos de importantes experiencias durante el proceso, se pudo confirmar la
lista de puntos que habían mencionado los Guías extraterrestres. Para el año
2004, la lista de los discos y sus ubicaciones estaban ampliamente difundidas.
En marzo de 2005, en este sitio web, se publicó uno de los informes con una
síntesis de toda la información reunida.
De
todos los discos que conforman aquella maravillosa Red del Tiempo, el único que
no fue “visitado” o trabajado era el que correspondía a Roraima. Diversas
comunicaciones recibidas a través de la psicografía hablaban de la importancia
de ir allí. Sin embargo, la “coordenada” apareció desde que vivimos la
experiencia del Portal de Shambhala en el desierto de Gobi, el 8 de agosto de
2007. Dos años más tarde, el 8 de agosto de 2009, teníamos que hallarnos en el
Gran Tepuy para conectar con la energía del disco de Roraima. De acuerdo a los
seres que nos contactan, la presencia humana en determinadas circunstancias
“afecta” y “activa” a los discos. Más que complicados trabajos espirituales, la
verdadera labor era ir hacia esos lugares, una suerte de peregrinación que
pudiera movilizar energías en torno a esas herramientas que parecen tener vida
propia.
Todos
los integrantes de la expedición pedimos confirmaciones concretas para el viaje
a Roraima en el 8 de agosto. Y las tuvimos. En mi caso, recuerdo que estaba por
viajar a México, y en una meditación pedí a los Guías extraterrestres un
avistamiento que pudiera filmar a pleno día, como señal de que ellos estaban
con nosotros monitoreando todo lo que venía para este año. Y hallándome en el
DF mexicano, antes de empezar un taller sobre “Encuentros Cercanos”, un objeto
metálico, como una esfera o balón, se estacionó sobre nosotros esa mañana del
21 de febrero de 2009. Entonces, sin acordarme de mi pedido, tomé mi
videocámara, y grabé el objeto, que empezó a moverse en contra del viento y las
nubes hasta desaparecer. Días más tarde, volví a filmar una sonda cuando
veníamos de visitar el yacimiento maya de Palenque. Ambos vídeos se pueden ver
en la sección “Galería”.
Sólo
cuando volví a la Argentina asocié los avistamientos con el “pedido” que había
hecho antes de volar a México. Pero eso no sería todo. Más tarde, en Perú,
hallándome con un grupo internacional en la Puerta de Hayumarca, se daría una
nueva experiencia. En ese momento nos encontrábamos realizando una práctica de
conexión con el lugar. Uno a uno los miembros del equipo, procedentes de varias
ciudades de México, Chile, Argentina, España, Francia, y hasta Kenia, apoyaron
su frente y sus manos en el dintel de roca que, según los lugareños, actúa como
un portal hacia otra realidad. Y también como “Oráculo”. Al final ingresé yo. Y
cuando estuve allí pedí asistencia a los Maestros de la Hermandad Blanca para
nuestro viaje a Roraima en Venezuela. Entonces me dijeron mentalmente:
“¿Necesitas una confirmación adicional de nuestro apoyo? Cuando regreses al
hotel la tendrás”
Honestamente,
me resultó muy peculiar este mensaje. De todas formas antes de salir de
Hayumarca lo comenté con el grupo, especialmente con nuestra querida amiga Toñi
Vázquez de Querétaro. Pensaba, debo confesarlo, que llegando al hotel, ubicado
a las afueras de la ciudad de Puno, frente al Lago Titicaca, tendríamos un
avistamiento o algo así. Pero me equivoqué. La “confirmación” sería mucho más
interesante.
Ni
bien llegamos al hotel, un bus se estacionaba con un contingente de visitantes.
Todos venían de Venezuela… Entonces Toñi se me acercó y me dijo: “Mira tú, que
vas a Venezuela, ¡y llega un bus con venezolanos!”. Uno de ellos se me acercó
luego y me preguntó si era “Ricardo González”. Me hablaba Maykert González, un
expedicionario que lidera un importante centro de viajes espirituales en
Caracas. Ellos me habían escrito hacía un tiempo para invitarme a Venezuela para
dar conferencias, pero habíamos perdido contacto. ¡Terminamos encontrándonos en
Puno! Inmediatamente me ofreció toda la ayuda posible para nuestro arribo a
Caracas y la conexión con Santa Elena de Uairén, pueblo próximo a los tepuyes.
Por otra “causalidad”, Maykert conocía a Roberto Marrero, nuestro contacto en
Santa Elena para montar la expedición. Ello facilitó mucho las cosas para las
coordinaciones entre ambos lugares.
El
mensaje de Hayumarca se había cumplido esa misma noche en el hotel. Gracias a Maykert,
y su equipo de “Recreación del Ser” pudimos resolver toda la logística de
nuestro viaje, traslados, hospedaje, y lo que hiciera falta. Ninguno de
nosotros había visitado antes Venezuela. Pero no fue necesario, Maykert ―con la
mano de los Guías detrás― se encargó de hacernos sentir como en casa. De la
misma forma Roberto Marrero en Santa Elena. Increíble cómo se dieron las cosas.
Mis compañeros de viaje, Isabel Cabral de Honduras, Carina Marzullo de
Argentina y Raymundo Collazo de EE.UU. tendrían también sus propias y
especiales experiencias para acudir a la cita en el Gran Tepuy.
El
8 de agosto estuvimos en Roraima, y pudimos hacer un sentido trabajo de
conexión con el disco. Logramos el objetivo. Pero ello no fue todo. De la mano
de los indios pemones que conocen el lugar, las investigaciones de Roberto
Marrero, y lo que nosotros mismos pudimos observar allí, reunimos importante
información sobre lo que significa realmente Roraima. Procuraré resumirlo en
las líneas que siguen.
UN
LUGAR MUY ANTIGUO Y SECRETO
Roraima,
o “Roroima”, como también se le conoce, es uno de los principales tepuyes que
se alza en el Parque Nacional de Canaima. Su nombre, de acuerdo a los indios
pemones, significaría “Madre de las Aguas”, quizá porque desde su cima, a más
de 2,000 metros de altura, caen varias cascadas. Es un lugar muy antiguo, que
se remonta a los tiempos de Pangea, el continente global que luego se fraccionó
para dejar al mundo tal y como lo conocemos. Varios científicos piensan que
Roraima fue un punto de la “fractura”, remontándose al Precámbrico, es decir,
hace unos 2,000 millones de años. Es uno de los lugares geológicamente más
antiguos del planeta.
Su
figura imponente y el ecosistema que le rodea inspiraron a Sir Arthur Conan
Doyle para escribir su clásica novela de aventuras “Mundo Perdido” (1912). Y el
lugar no dista mucho de lo que Doyle creyó ver en él: es un enclave sumamente
misterioso. No hacen falta los dinosaurios que creó el escritor británico para
impresionarse con Roraima. Su figura, como la de su “hermano” Kukenán, llaman
la atención en medio de la selva venezolana. Esta lleno de cascadas, cuevas,
cristales de cuarzo y, como era de esperarse, de constantes avistamientos de
ovnis. Roberto Marrero nos confirmó todo ello, situación que le motivó a trazar
un mapa que describiera los puntos de mayor incidencia de avistamientos en toda
la gran sabana y los tepuyes. A través de nuestra amiga Carmencita Padrón, una
reconocida actriz venezolana de telenovelas, que trabajó también en su momento
en conocidas producciones en Perú (“Saña”), el “mapa” de Marrero llegó a manos
del periodista español Juan José Benítez, quien se interesó mucho en visitar la
zona. Allí nos enteramos que nuestros amigos Alberto y Priscila de los grupos
de Miami, y nuestra querida Juani de Santos de Lima, habían estado hacía sólo
un mes en el lugar recorriendo la Gran Sábana. Lo hicieron por intermedio de
Marrero. Nosotros, por alguna razón, terminamos también con él.
Marrero
es un estudioso del tema ovni desde hace muchos años, y ha venido recopilando
información sobre Roraima y los fenómenos que allí se han suscitado. Entre
ellos, uno de lo más inquietantes involucra a un indio pemón que afirmó haber
sido “llevado” por un objeto de “cristal”, tripulado por seres altos, de rasgos
bellos y cabellos largos. Aquellos seres le condujeron al interior de los
tepuyes, mostrándole importantes bases subterráneas que debían mantenerse
ajenas de la mirada curiosa del hombre de superficie. Si la experiencia fue
auténtica, tiene su sentido que el depositario del mensaje sea un indio pemón,
quienes actúan de guardianes de los tepuyes.
Los
tepuyes son mesetas extremadamente abruptas, con paredes verticales y cimas
prácticamente planas. Aunque se encuentran en toda el área que comprende la
frontera norte del río Amazonas y el Orinoco, Roraima y Kukenán en Venezuela
son los más famosos. Los pemones los observan con respeto.
¿Realmente
un indio fue llevado en una nave no humana al interior de ellos? Al menos, ése
es su testimonio, que parece estar avalado por una importante presencia de
“luces” que se suelen ver en el lugar.
EL
ASCENSO
Para
llegar a Roraima, se debe partir desde Paraitepui, población a 50 Km. de Santa
Elena. Allí se acaba el camino para nuestra 4x4. Es el momento de colocarse las
pesadas mochilas a las espaldas y caminar tres días para aproximarse a la
montaña sagrada. El camino está bien definido, aunque se torna difícil en los
ascensos, más aún bajo un calor aplastante. Cuando llegamos al Río Tek, lugar
de descanso antes de continuar, nuestras piernas empiezan a quejarse por el
esfuerzo. Un esfuerzo que vale la pena. En la medida en que uno va caminando,
la figura del Roraima y el Kukenán se hacen más imponentes y hechizantes. Desde
Río Tek la vista es inmejorable. Una vez allí, recuerdo que observamos un arco
de energía que parecía manifestarse detrás del campamento. Pero no era nada
sobrenatural. La humedad propia del lugar y la luz del día generó ese “efecto
de arco”. Luego se pudieron ver los colores del Arco iris. No en vano los
pemones dicen que el Sol nace en Roraima. Y ciertamente es así. Lo vimos en el
amanecer. Los rayos del astro rey parecen salir de la gran mole de roca que
pretendíamos vencer.
Continuamos
con el camino y cruzamos el río Kukekán, que se forma en el Tepuy del mismo
nombre que se alza al lado de Roraima. Curiosamente, a pesar de que es tan
bello e impactante como Roraima, casi nadie se atreve a subir a él. Hasta los
pemones le tienen miedo. Luego explicaré qué sucede con ese lugar.
Luego
del río Kukenán continúa la caminata hacia el denominado “Campamento base”, que
se ubica en las mismísimas faldas del Roraima. Allí descansaríamos antes de
continuar el ascenso al día siguiente.
En
honor a la verdad, en la medida en que uno se va acercando a Roraima se
experimenta una extraña sensación que va más allá de la belleza del paisaje y
de cualquier predisposición. Se trata de una energía que se siente.
Inevitablemente, me recuerda otros enclaves que visité, como Mount Shasta en
California, el Mecanto de las selvas de Paititi o el propio Lago Titicaca.
Todos ellos lugares que, también, tendrían uno de aquellos discos de poder que
protege la Hermandad Blanca.
Toda
nuestra experiencia en aquellos sagrados lugares, tanto a nivel físico como
espiritual, fue de mucha ayuda para sobrellevar bien el viaje y adaptarnos a la
caminata y al ascenso. Por momentos era como estar en las selvas de Paititi. La
parte final como el ascenso a Marcahuasi, aunque con menor altura que los andes
peruanos, pero no menos exigente. Y allá arriba, en alto del tepuy, tendríamos
elementos que nos harían recordar nuestra expedición a la Cueva de los tayos.
Al igual que el enclave de Ecuador, Roraima está íntimamente conecta al mundo
subterráneo. No sólo por la formación geológica que ha creado grandes cavidades
en su interior, sino por la existencia de seres que protegen esos túneles y
que, a decir de los indios pemones, eventualmente asisten a los exploradores
extraviados…
UNA
CAVERNA EN EL GRAN TEPUY
Finalmente,
luego de un ascenso empinado, llegamos al “paso de las lágrimas”, un área
peligrosa debido al agua que cae, con fuerza, desde dos pequeñas cascadas del
Roraima. Como es de suponer, esto hace del sendero una trampa perfecta para el
caminante desprevenido, que puede resbalar y lastimarse.
Es
como subir por una suerte de rampa pedregosa, accidentada y siempre en ascenso,
por momentos definida sobre “peldaños de piedra”, pero en la mayor parte del
trayecto una huella en ruinas que exige de la ayuda de las manos para asirse de
alguna rama de árbol o roca. Pero lo sorteamos muy bien. Y lo disfrutamos.
Empapados, luego de pasar por esta verdadera purificación ―y necesitábamos urgente
una ducha― arribamos a la meseta del gran tepuy, una imagen alucinante que me
hizo viajar rápidamente a Marcahuasi en Perú, pues el panorama allí en lo alto,
gigante, rocoso, y misterioso, es escandalosamente similar: formas caprichosas
en las rocas debido a la erosión, el color de la piedra, el cielo, la energía,
todo, me hacía viajar a ese lugar maravilloso en los Andes que tantas
experiencias de contacto nos entregó. Fue una bella sensación hallar un
escenario tan parecido, aunque mucho más impresionante en dimensiones.
Roraima
es un lugar muy antiguo. Como decía, evoca a Pangea, el primer continente, pues
de allí se “fragmentó”. Es una zona antiquísima que encierra muchos secretos.
Como si se tratase de una torre, Roraima actúa como puesto de observación al
alzarse a casi 2,800 metros, siendo el punto más alto en un radio de 549,44
kilómetros. La vista que tenemos desde allí de la gran sabana es impagable.
Valió la pena subir con nuestras pesadas mochilas a este “altar de los dioses”.
En
nuestra aventura íbamos acompañados de tres indios pemones, expertos
conocedores de los tepuyes y sus recovecos. Solo hablaban inglés, pues venían
de la Guyana para trabajar como porteadores en el lado venezolano, donde su
etnia también se encuentra. Debo decir que nos tocó el grupo pemón más místico
y especial que podríamos haber deseado.
Al
retomar la caminata en la gran explanada del Roraima ―nuevamente con mochila a
la espalda― un penetrante silencio nos envolvió. Moverse allí es como estar en
un santuario. Su atmósfera es evidente y hechiza a todos. Realmente se siente.
Contagia e induce a la meditación. Bajo la guía de los pemones, nos dirigíamos
hacia la “Cueva de los Guácharos”, una entrada al sistema de túneles que posee
el tepuy. Nuestra intención era entrar en la caverna y dormir allí. Los indios
nos habían hablado de ella sorprendiéndonos ni bien llegamos a Santa Elena de
Uairén.
No
tomamos esto como un accidente, “sabíamos” internamente que allí debíamos ir…Un
detalle curioso fue que al llegar a la cueva luego de la larga caminata, no
encontramos actividad de los guácharos en su interior. “Ahora no están,
migraron a otra cueva”, nos dijo “Alex”, nuestro guía pemón, con claro acento
británico. Ese momento fue como revivir la expedición a la Cueva de los Tayos,
pues en el 2002, cuando descendimos a las oquedades de aquel misterioso enclave
en las selvas del Ecuador, los tayos ―la misma especie de aves que los
guácharos de Venezuela― no se hallaban, se había marchado momentáneamente.
¿Había acaso otra “presencia” que había desplazado a las aves?
Sin
pensarlo mucho entramos en la cueva y avanzamos un poco. No nos adentramos
demasiado, pero lo suficiente como para dejar la luz del día.
El
túnel, dicen, tiene cientos de metros de longitud, y se une a otra red subterránea
que serpentea dentro de Roraima. Así, nuestras linternas se abrieron paso a
través de un accidentado acceso que nos llevó hacia espacios más amplios,
llenos de grietas, “ventanas” y abundante agua al alrededor. Finalmente
“acampamos” en una de esas cavidades (ver foto a la derecha), un lugar que nos
hizo recordar “El Domo” de la Cueva de los Tayos. Y al igual que la galería que
usamos de base de operaciones en Ecuador, en la cueva de Roraima también
contábamos con una pequeña cascada, que caía con fuerza dentro de esta
maravilla de la naturaleza. Pero lo más interesante no era ello: se sentía una
presencia. Era como si alguien nos estuviese observando. Fue una sensación que
todos tuvimos y que fue aumentando hasta que descubrimos de qué se trataba. En
la caverna, además, hallamos en la roca rastros de silicio, un elemento que no
es desconocido para nosotros pues los Guías extraterrestres lo emplean, sin
olvidar que en la “cámara del rey”, en la Gran Pirámide de Egipto, también se
ha hallado, como si fuese parte de una “composición” que procura recrear un
espacio de “lanzamiento”. Al menos, esa fue la teoría del ingeniero
aeroespacial Christopher Dunn, autor del best seller “La Planta de Giza:
Tecnologías en el Antiguo Egipto”. ¿La presencia de silicio y el cuarzo en un
determinado lugar, como sucede en la cámara del rey en Keops, puede “acelerar”
la transmisión de energía o la apertura de portales, tal y como sugiere Dunn?
¿Será una casualidad que en Roraima estos dos elementos estén muy presentes? Desde
luego, son conjeturas. Pero una pista hay allí. Y como fuese, nosotros vivimos
algo especial.
MISTERIOS
DE RORAIMA
Marrero
nos había hablado de las luces que se ven en el lugar, recorriendo el hermoso
cielo estrellado de aquellas latitudes y, a veces, descendiendo para pasar
entre los dos tepuyes. Para los indios, ambos representan energías distintas.
Kukenán, sería el lado masculino del lugar, y Roraima, asociada al agua y la
purificación, el aspecto femenino, la madre y el origen. Charlando con los pemones
constatamos que ellos habían sido testigos de estos avistamientos de ovnis…
Ellos
tienen un gran respeto y admiración por Roraima, pero también una especie de
temor por su tepuy gemelo que casi nadie se atreve a subir: el Kukenán.
¿Por
qué?
Algunos
piensan que en ese tepuy se dieron acontecimientos trágicos, como la muerte de
indios guerreros en tiempos pasados que preferían arrojarse desde lo alto del
Kukenán a seguir viviendo luego de haber perdido una batalla. Supuestamente, se
suicidaban por honor. Sin embargo otras leyendas dicen que ese tepuy “mató” en
el pasado a los indios. Algunos de estos relatos dicen que una bestia o
monstruo de aspecto reptil devoraba a los hombres, mujeres y niños, hasta que
recibieron ayuda del cielo y del Roraima para “atraparlo” en una piedra, y
encerrarlo en el Kukenán. Desde entonces, nadie va a inquietar al tepuy, salvo
algún alma valiente, aventurera, e irresponsable, pues los caminos son mucho
más difíciles que en Roraima. Kukenán es llamado por los pemones
“Matawi-Tepuy”, término indígena que tiene varios significados: “Si subes te
mueres”, “me quito la vida”, o “agua sucia”. Nosotros constatamos que nadie
tomaba el camino al Kukenán. También indagamos sobre desapariciones de
exploradores en su cima. Aunque se montaron operativos con los guardaparques de
Canaima, apoyados con helicopteros, espeleólogos y hasta buzos ―pues hay allí,
al igual que Roraima, hay ríos y pequeños lagos subterráneos― no encontraron a
nadie..
La
belleza del Kukenán (ver foto arriba), visto desde el sendero que asciende a
Roraima, oculta ese aspecto sombrío y misterioso. Debo decir que el viejo
relato pemón nos recordó los cristales verdes de poder que han mencionado los
Guías extraterrestres como “prisión” de entidades de origen reptiloide, como
sabemos, vinculadas a ciertos episodios bélicos y de conspiración dentro del
controvertido Plan Cósmico. ¿El Kukenán, al igual que Paititi, Roncador, Shasta
o la Isla de Pascua, es otra “prisión” más? ¿La Hermandad Blanca de Roraima
vigila ese sector, evitando que alguien se aproxime? No me sorprendería si fuese
así.
Nuris,
una profesora de yoga venezolana y guía de la Gran Sabana, que se sumó por una
experiencia personal, a último minuto, a nuestra expedición, nos dijo que el
Kukenán no tenía gratuitamente esa fama, pues allí habían sucedido muchas cosas
“inexplicables”. Según ella, si se lograba convencer a un indio que nos llevará
a la cima, nos dejaría allí y se volvería a Santa Elena de Uairén, pues temen
pasar la noche, ya que escuchan voces y suelen ver sombras.
Pero
los indios, y más tarde Marrero, nos confirmaron que esas sensaciones sólo
ocurren en un sector del Kukenán, y por desgracia el único al que puede acceder
el caminante, ya que debido a una gran grieta que divide al tepuy en dos, la
otra área, ajena a estas situaciones, se halla aislada de los visitantes… Como
si este capricho de la naturaleza fuese adrede para proteger un lugar al que
sólo se puede llegar por helicóptero.
“En
Roraima la cosa es diferente” ―nos decía “Alex”, nuestro guía pemón― pues todo
el lugar es como un templo, muy silencioso. Muchas personas vuelven aquí pues
dicen que sienten una bella energía”.
Alex
también sostuvo que existen “puertas de energía” en un sector de las paredes
del Roraima, en una zona donde se pueden ver algunos símbolos que recuerdan el
muro de Pusharo de Paititi. Y como no podía ser de otra forma, también se
hallan “accesos” al mundo subterráneo a través de las cascadas. Uno de los
principales, se encontraría en el Kukenán, tras la principal caída de agua.
Pero como es de esperarse, a nadie se le ocurre siquiera intentarlo…
Pasamos
un buen tiempo charlando sobre estos temas y recopilando información de la mano
de los pemones. En la caverna las meditaciones y prácticas fueron especiales
pues el lugar favorecía el silencio y la quietud.
Allí
haríamos un trabajo de conexión con el disco solar de Roraima.
RORAIMA
Y LOS DISCOS SOLARES
Los
discos solares, de acuerdo a los Guías extraterrestres, se “activan” con la
presencia humana.
Más
aún si el peregrino está sintonizado con la frecuencia de esta red que une Monte
Shasta con la Antártida. Por ello, más que complicados trabajos, la presencia
física en el lugar, en la actitud correcta, permite el “despertar” de estas
herramientas cósmicas. La Red del Tiempo, como denominan los extraterrestres a
estos 13 discos, no ha sido diseñada exactamente para “salvar” al planeta del
supuesto fin del mundo en 2012. Todos sabemos que esa fecha, mencionada en las
profecías mayas, es sólo una coordenada que marca el inicio de una nueva etapa
para la humanidad. Si bien es cierto ese tránsito está siendo acompañado por
una serie de cambios a todos los niveles, ello no quiero decir que por más
oscuro que se ponga el panorama será el fin de nuestra especie y el planeta.
Los discos solares fueron diseñados y colocados en las Américas y Antártida
para generar una red de trabajo energético que ayudara a la Tierra en su
transición al Real Tiempo del Universo. No sabemos si precisamente el 21 de
diciembre de 2012 ya estaremos fluyendo en esa otra realidad ―personalmente, yo
no lo veo así―, pero todo parece indicar que a partir de esa fecha el rumbo del
planeta se orientará hacia la matrix de la Creación. Pero lo que sabemos es que
parte de estos cambios involucran sin duda alguna el campo magnético de la
Tierra. Ya la NASA tuvo que aceptar en diciembre de 2008 que sus sondas
espaciales Themis detectaron una grieta gigante en él. Lo habían empezado a
sospechar cuando sus trasbordadores y satélites reportaban fallas técnicas al
ingresar al planeta por los cielos de Sudamérica…
En
algunas ocasiones se me ha preguntado por qué la mayoría de los discos solares
se encuentran en Sudamérica, y no en otros puntos del mundo. Ciertamente, tal y
como los Guías nos explicaron en mensajes psicográficos recibidos por
diferentes antenas, existen discos de poder en diversos lugares del mundo, pero
la historia y función de todos ellos no es la misma. Los 13 discos que componen
la Red del Tiempo están unidos por una historia común y poseen la misma función
que mencioné líneas atrás: crear una red de energía que estabilice al planeta.
Y ello involucra, especialmente, la magnetosfera, nuestro escudo protector
cósmico que incide decisivamente en el clima y, por encima de todo, en el
“orden” de todas las formas de vida, nosotros incluidos, desde luego. Si las
energías del agujero negro supermasivo que se encuentra en el centro de la
galaxia está afectando al Sol y a la Tierra con estos cambios, como ha
demostrada la NASA gracias al sistema de rayos X del Chandra, ¿será posible que
algo más que el campo magnético de la Tierra se vea afectado? ¿Estas
radiaciones podrían afectar el campo magnético personal de los seres humanos o
“aura”? ¿Podrían afectar el campo magnético cerebral, que a decir de algunos
científicos, es el “asiento de la consciencia”? ¿Por qué la disminución del
campo magnético se encuentra principalmente sobre Sudamérica? ¿Y por qué la
mayoría de los discos solares se halla en ese continente? Todo indica que la
ubicación de los discos solares obedece a un plan perfectamente trazado.
Los puntos rojos representan la ubicación de los Discos Solares o Red del
Tiempo. Al lado, un reporte de la NASA sobre las anomalías magnéticas que se
han venido detectando en sus ingenios espaciales, precisamente sobre América
del Sur. A lo largo de estos años hemos recopilado
abundante material que explica y confirma por qué los discos solares se hallan
ubicados de esa forma estratégica, todos ellos emplazados en poderosos lugares
de poder bajo la atenta custodia de la Hermandad Blanca. En Roraima, la noche
del 8 de agosto, realizaríamos un trabajo de conexión con el disco solar que se
hallaría en el interior del Gran Tepuy.
Pero
antes de realizar ese trabajo, los guardianes del lugar se hicieron sentir…
AMAIKOK:
UNA RAZA INTRATERRENA
Nos
hallábamos meditando en la caverna. El silencio, solo inquietado por el
transcurrir del agua que fluye subterráneamente y la cascada, era el marco
propicio para nuestro trabajo. A través de la percepción psíquica procuramos
conectarnos con el corazón de Roraima y la Hermandad Blanca. Nos sentíamos
acompañados. Sabíamos que no estábamos solos.
En
ese momento, Nuris, nuestra compañera venezolana, vio algo moverse en medio de
una de las “ventanas” de la caverna y, asustada, se cubrió con la bolsa de
dormir.
¿Qué sucedió?
―le dijimos intrigados.
―Sentía que algo nos observaba, y entonces fue que
lo vi… Era una pequeña criatura, como un hombrecito, que se estaba asomando desde
la “ventana” ―Nuris, sensible, dejo escapar unas lágrimas de emoción.
―Quédate tranquila
―Procuramos calmarla
―sabemos quiénes son ellos, no tienen malas
intenciones, jamás nos lastimarían.
―Lo
sé ―nos contestó
―, y eso es lo que me duele. Sé que son seres
positivos. Los indios saben de ellos. Siempre quise tener una experiencia así y
ahora que sucede, mírenme, estoy nerviosa, no he reaccionado bien…
Le
explicamos entonces que estas reacciones a lo desconocido eran naturales, pues
a nosotros mismos nos ha ocurrido. Fue allí que decidimos hablarle de los
Sunkies y de nuestra experiencia en la Cueva de los Tayos. Nuris escuchó
atentamente y se calmó. Es una mujer muy preparada y sensible. Y no en vano le
ocurrió esto a ella, pues desde niña había tenido experiencias en sueños y
hasta un avistamiento ovni muy próximo. Las cosas siempre ocurren por algo.
Luego
de la charla, la sensación de estar siendo observados continuaba. Obedeciendo a
una intuición decidí pararme y acercarme a una zona de la caverna donde hay una
suerte de pasillo que se interna, como siguiendo la fuente del agua que
discurría bajo el suelo. Al aproximarme algo me hizo mirar hacia una roca casi
al final de ese pasillo. La tenue luz de las lámparas de keroseno iluminaba
suavemente y de forma indirecta ese sector que tanto me llamaba la atención. Y
así, de pronto salió por detrás de la roca una pequeña criatura, de cabeza
ligeramente más grande que el cuerpo, profundos ojos negros y brazos delgados.
Era un Sunkie. Ya los había visto en la Cueva de los Tayos. Y en esta ocasión
la sensación que tuve es que ellos “ya nos conocían”. Esto duró apenas unos
instantes, y el pequeño ser se movió rápido, como si fuese un niño jugando,
ágil y saltarín, hacia el otro lado del pasillo que debido a la oscuridad ya no
podía ver. Ciertamente, los indios Pemones saben de la existencia de estos
seres, guardianes de las entradas del mundo subterráneo de Roraima. Les llaman
“Amaikok”, y dicen que son criaturas bondadosas que en más de una ocasión han
auxiliado a exploradores extraviados, dándoles incluso de beber, tal y como
ocurriera con Juan Moricz al interior de la Cueva de los Tayos. Pero esa, es
otra historia…